viernes, 11 de noviembre de 2011

PARTE 09

Abrí los ojos y estaba parada frente a mí. La abracé por la cintura y ella me dio un beso en la cabeza, acariciándome.

-Me dejaste sola… malo- me dijo.

-Discúlpame… es que abajo están todos los demás, y si nos ven juntos comenzaran a hablar… Y como tú misma me dijiste, hay que cuidarnos de eso…
Hizo un gesto de impaciencia, poniendo su boquita en punta y casi zapateando como una niña sin su caramelo.

Me paré a su costado y la abracé por detrás, mirando ambos hacia el horizonte, con destino a Paoyhan, sintiendo la brisa en nuestros rostros. Aquella escena era la misma que de “Titanic”, Katy era Kate Winslet y yo Leonardo DiCaprio, en versión chola. Era el rey del mundo. Ella volteó y comenzamos a besarnos, suavecito, acariciándonos tiernamente, como nunca antes lo había hecho. Me gustó.

-El señor Wilson esta aquí- me dijo en voz baja.

-No te preocupes… no dirá nada- respondí, volviéndola a besar.

Aquella hora de viaje, fue maravillosa.

-Amor, tengo que bajar… mis cosas están abajo- me dijo y se retiró. Miré hacia donde estaba Wilson, y me miró cómplice de aquella osadía.

-Osito, me guardaras el secreto, ¿no es así?- pregunté.

-¡Claro pues osito!- respondió con una carcajada siniestra.

Me senté al costado de Wilson, mientras aguardábamos la llegada a Paoyhan.

-¡Osito!- me dijo.

-¡Dime doctor oso!- respondí a aquel personaje con complejo de mamífero carnicero salvaje e indomable.

-¿Te gusta la nueva secretaria, no es así?...

Sonreí sin decir nada. No quise ahondar más sobre el tema.

Al llegar a Paoyhan, descargamos todo lo que había en la embarcación (yo dirigía el desembargo, no era bueno con los trabajos físicos). Agarré mi maleta y mi hamaca, y fui directo a la residencia de alcaldía, donde teníamos un cuarto especial para cada funcionario. Fui solo (Katia fue también directamente a la vivienda donde estaba hospedada). Traté de descansar un poco de la trasnochada que me había dado la noche anterior. Era la una de la tarde.

-Edú…

-Dime Joaquín…

-No te vayas a quedar dormido… Me dijeron que el “Henry” está viniendo desde Contamana… Mira que hoy mismo tenemos que estar regresando a Pucallpa… Yo no soy de estar aguantando a los zancudos de mierda…

-No te preocupes Joaquín… trataré de no dormir demasiado- respondí.

-¡VENGAN YA!… ¡EL ALMUERZO ESTA SERVIDO!- escuché los gritos de la cocinera.

-(¡Por la chucha de su madre, déjenme dormir carajo!)- pensé.

Tocaron la puerta de la habitación. No hice caso. Volvieron a tocar la puerta un poco más fuerte. No hice caso.

-Jefe… el Alcalde quiere que todos sus funcionarios estén en la mesa para que almuercen… quiere decirles algo importante- era Jaime, mi fiel ayudante.

-Ya Jaimito… iré en un momento…

-Estará la Katy también jefecito- dijo.

-¡Ya!- respondí, aun de sueño.

Al llegar al comedor, noté la presencia del Alcalde, como también de la señora Pamela (esposa del Alcalde), así como la del gerente municipal, del contador, del tesorero, del jefe de almacén, del encargado de abastecimiento, de la (nueva) secretaria, de la encargada del vaso de leche, de la encargada de la radiofonía y otras personas más a las cuales no conocía, todos con un hambre monstruoso, indómito y despiadado. Yo aun, me cagaba de sueño.

-¡Siéntate aquí Edú!- me dijo Joaquín, señalándome un espacio al costado suyo.

-¡Gracias!- respondí soñoliento.

-¡Bueno!- dijo el Alcalde de aquella jurisdicción -Ya que estamos todos en la mesa, quiero decirles unas cuantas cosas… En primer lugar, agradecerles el apoyo que me brindaron al estar presentes en esta actividad tan importante como fue la Rendición Pública de Cuentas correspondientes a este periodo… Todos sabemos que fue un éxito… Gracias al trabajo en conjunto de todos ustedes- continuó hablando por un buen tiempo. Yo no estaba con todos mis sentidos orientados. Solo me imaginaba en una cómoda cama para poder descansar y dormir unos cuantos minutos. Observaba al alcalde mientras seguía hablando. Solo lo observaba. Mis pensamientos eran otros, más cómodos y placenteros. Hasta que escuché decir -¡Muchas Gracias!- a lo que todos comenzaron a aplaudir en un unísono sonido ensordecedor, incorporándome a tal escandaloso acto.

-¡Ahora podemos comer tranquilos!- dijo la máxima autoridad municipal.

Las encargadas de colocar el potaje preparado, comenzaron a poner los utensilios necesarios para deglutir aquel manjar que estaba a punto de servirse en la mesa. Lo cual era un misterio.

-¡Edú!... Estas muy callado… Parece que anoche estuviste muy ocupado hasta altas horas de la noche… Tuviste una muy buena faena por lo que veo- dijo el Alcalde, causando una gran carcajada entre los demás miembros de la mesa y al mismo tiempo acribillado por la mirada feroz de la esposa del alcalde, que no le agradaba la idea de que haya tenido algún encuentro romántico y clandestino con Katia (su protegida).

En un plato de fierro enlozado, nos sirvieron un chilcano con una descomunal carachama que proponía salirse de los límites del recipiente. Aquel monstruoso y gigantesco pez con apariencia prehistórica protegido con su acorazada piel, venía acompañado de unos plátanos cocinados. Yo no era tan apasionado de aquel banquete; pero, tampoco podía decir que no. Comencé a comer moderadamente, mientras mis demás compañeros chupaban hasta la armadura de dicho pez con apariencia paleolítica. Velozmente, uno a uno fue acabándose aquel animal acuático. Eran las tres de la tarde.

-¡Bueno muchachos, muchas gracias por acompañarnos en la mesa!- dijo el Alcalde a todos los miembros de la municipalidad, agradeciéndolo y levantándonos todos.

-¡Edú!- dijo Joaquín llevándome a un costado de aquel comedor -El “Henry” esta por acá a las nueve de la noche… tenemos que estar atentos para largarnos de este nido de zancudos…

-Ok… entonces me dará tiempo de dormir un poquito- respondí.

-Ojo, que tenemos que estar antes de las nueve… Debemos de estar a las ocho de la noche, por lo menos… Mira que no somos los únicos que viajaremos- dijo.

-¿Katy también viajará?- pregunté.

-¡No sé!- me respondió -¿Ya te la has culeado, no es así?...

Sonreí. No podía contradecir aquel cumplido, aun sabiendo que no era cierto.

Fui a mi habitación y me encerré en aquellas cuatro paredes libre de zancudos y dormí sin ser interrumpido. Me desperté a las siete de la noche y ágilmente empaque las cosas que había sacado de mi maletín. Fui donde el Alcalde a despedirme.

-Edú… “el terror de las secretarias”- dijo.

-Señor Alcalde, vengo a despedirme…

-Buen viaje Edú… y gracias por todo el apoyo…

-No se preocupe señor Alcalde, estamos acá para apoyarlo…

-Te vas con el gerente, ¿no es así?- me preguntó.

-Así es señor- respondí.

-Bueno, al menos iras acompañado… Aunque, tú ya viajaste solo en varias ocasiones sin ninguna dificultad… ¿no es así?...

-Así es… Gracias a Dios siempre llegué sano y salvo a mi destino- respondí.

-Bueno Edú… Que tengas un buen viaje… y cuando regreses nuevamente a Paoyhan, no te la comas otra vez a mi secretaria- dijo soltando una carcajada.

Me acerqué al cuarto de Joaquín a avisarle que me estaba yendo al puerto principal a esperar a la embarcación que nos llevaría de regreso a la civilización. Me dijo que vaya adelantándome, que en un momento me alcanzaría.

Fui donde estaba hospedada Katia, para despedirme de ella. No la encontré. Estaba bañándose. No podía esperar a que ella termine de bañarse. Me urgía llegar a esperar al “Henry”. Eran las siete y treinta de la noche.

Al llegar a la rivera, me acomodé en una casa abandonada que sus dueños habían dejado por miedo (futuro) a que el rio, con su fuerte caudal, erosione las bases que lo sostenían y (literalmente) se trague a la vivienda.

Una vez dentro, me envolví con mi sleeping bag, para protegerme del frio y de los implacables zancudos que batallaban en mi contra. Aun solo, maldecía con todos mis sentimientos a aquellos bichos de mierda que parecían tener como aguijones unas lanzas enormes que traspasaban la grosura de mi sleeping bag. Entre batallas pocas victoriosas y mas dilapidadas entre los zancudos y yo, levanté la cabeza en señal de socorro, notando a lo lejos (entre la poca visibilidad de aquella noche) la figura de Katy, llevando puesto un diminuto vestido pegado a su cuerpecito, que resaltaba todas las bondades que la naturaleza le había proporcionado. Se acercó a mí y me abrazó.

-¿Por qué no fuiste a buscarme en la tarde?- me preguntó.

-Estaba súper cansado… no tenia ánimos para nada- respondí.

-¿Ni como para estar a mi lado?...

-¡Sorry!- respondí.

Comenzamos a besarnos teniendo como testigos a la inmensidad de la noche y a los miles de zancudos de mierda que gobernaban aquel lugar. Mis manos cobraron nuevamente vida propia y comenzaron a acariciar todo su cuerpecito, llegando hasta sus nalgas, metiendo mis manos por debajo de aquel vestido que propiciaba un atentado al pudor. Traté de bajar aquella tanguita diminuta y dar rienda suelta a nuestros más íntimos sentimientos. Pero, los zancudos de mierda, hijos de puta, malparidos, y demás insultos dirigidos a ellos, comenzaron a picarle el culo desnudo, generando en ella gemidos de dolor y no de placer, ahuyentando al instante todo síntoma de episodio sexual.

-¡Amor, es mejor que me vaya!- dijo subiéndose la tanga -¡Será para otra ocasión!…

-(¡Por la concha de su madre!)- pensé. Odié a los zancudos como nunca antes lo había hecho. Maldije entre lo más profundo de mis tripas por la creación de aquellos bichos nefastos.

Me dio un besito y me acaricio el rostro -¡Has de llamarme de vez en cuando!- me dijo.

-¡Te llamaré mañana mismo!- le dije y nos dimos un último beso en aquella noche. Luego, se fue. Eran las nueve de la noche.

-¡EDÚ!… ¡DÓNDE ESTÁS!- escuché gritar en la inmensidad de la noche zancudezca.

-¡ACÁ JUAQUINCITO!- respondí desde lo profundo de mi sleeping bag.

-¿Qué haces envuelto como momia?- me preguntó sonriendo.

-¡Sobreviviendo!- respondí -¡Sobreviviendo!…

A las diez de la noche, hacia su aparición el “Henry”, que era una de las más lujosas embarcaciones fluviales (aunque distan mucho del concepto de lujo).

Cogimos el barco en dirección a Pucallpa. Aquellas embarcaciones grandes y pequeñas son el único medio de transporte para la población local. Esto hace del viaje una experiencia autentica, porque cuelgas tu hamaca en el interior del barco, entre una muchedumbre importante y esta se convierte en tu casa durante los días que dura el viaje.

Coloqué mi hamaca tal y como siempre lo hacía. Al poco tiempo me di con la sorpresa de que una familia entera (padre, madre y dos niños) dormía debajo de mi hamaca. Justo debajo, rozándome, tenía a los niños tumbados en una manta. No paraban de moverse, llorar o empujarme. No fue muy agradable.

La zona en la que estábamos (Joaquín y yo), estaba completamente llena. A mi izquierda una familia al completo, bien organizados, cada uno con su hamaca. A mi derecha, una pareja joven, con dos niños pequeños y con una sola hamaca que se turnaban. Viajábamos doscientos cincuenta personas en una planta del barco y como no había sitio para todo el mundo, bastante gente se quedaba sin poder colocar su hamaca. Los que no tenían hamaca se agolpan en el suelo. Apenas pegué un ojo, los llantos de los niños que viajan en el barco, el calor, los mosquitos y demás insectos voladores y sagaces, jodían de una forma escandalosa.

Para añadirle atractivo a esa noche, durante la misma, oí lo que me pareció ser un disparo. La gente que estaba sentada a mi lado, que viaja sin hamaca, se asomó a la ventana -¡Han disparado!-decían. Al principio me costó creerlo, pero en seguida se oyó otro. Esa vez sí estaba seguro que fue un disparo y los que se habían asomado a la ventana se metieron al interior. Los que estábamos despiertos nos miramos con cara de preocupación. No se oyó nada más y poco a poco, todo el que pudo, volvió a dormir. Me costó creer que puedan haber sido disparos, pero oyendo los comentarios de la gente y viendo sus reacciones, escondiéndose por debajo de la altura de las ventanas, acabé absolutamente convencido.

En cuanto se hizo de día, sobre las cinco de la mañana, no aguanté más en la hamaca, me levanté y fui a lavarme los dientes, con la intención de comprobar el estado de los baños. Más o menos lo que me esperaba. La higiene brillaba por su ausencia. Encima del mismo retrete se encontraba la ducha, así que si quería ducharme, tenía que hacerlo ahí. Para las seis de la mañana, ya estaban sirviendo el desayuno. El que quería comer llevaba su propio recipiente que servía de plato, además de sus cubiertos. Me habían recomendado no comer la comida del barco, porque la cocinan con agua del río, así que en mi maletín tenía unas cuantas latas de atún, y algunas gaseosas descartables.

En el barco además de personas, viajaban muchos animales, gallinas, chanchos, vacas y también cargan con mercancía de todo tipo. La vista de la cubierta es de lo más curiosa, con vacas, motocarros, tractores, y demás huevadas.

Durante buena parte del recorrido se oían a los chanchos (cerdos) gritando, me imaginaba que por la falta de espacio con la que viajaban. Si nosotros íbamos tan “ajustados”, me imaginaba como irían los pobres animales.

Surcar este río en un barco de este tipo es algo único. Es inmenso, con una anchura impresionante y con unos atardeceres de ensueño.

Así transcurrió el día, navegando a ritmo muy lento por el río, esquivando los bancos de arena para no quedar encallados, cruzándonos con barcos madereros y charlando con Joaquín.

La gente que viaja de esta forma y que vive a lo largo del río, es gente humilde y trabajadora. Tuve la suerte de charlar con muchos de ellos, gente sencilla y amical.

Al pasar las horas, fui a cubierta, donde empecé a charlar con otro señor. Este era uno de los dueños del barco y estaba regresando a Pucallpa desde Iquitos. En lugar de viajar en avioneta, había decidido ir en su barco, con la intención de controlar al personal. Me contó que ese trayecto estaba cubierto por varias lanchas, como llaman a los barcos. Las lanchas Henry son las más conocidas y también las más modernas. Tienen una flota de hasta siete lanchas, siendo la nuestra (en esos momentos), la “Henry uno”, la más vieja de todas. De hecho, este será su último viaje antes de pasar por los astilleros para renovarla, me dijo.

En cuanto me acordé, le pregunté por los disparos -¡No te preocupes, aquí estás bien protegido!- me dijo -Es cierto que ha habido varios asaltos de bandidos, siempre durante la noche, así que vamos bien armados… Lo de ayer fue solo un aviso a una lancha sospechosa que se acercaba… En realidad, solo pudieron asaltarnos una vez, la siguiente respondimos… No sé cuantos cayeron, pero seguro que alguno sí que lo hizo… No te preocupes, tenemos un buen arsenal para ahuyentarlos, en las barcas Henry, vas seguro- esa fue la respuesta que me dio, con una mezcla de seguridad propia de un letrado y de chulería más bien propia de un autentico vaquero.

Eran las once y treinta de la mañana y nos estábamos acercando a Pucallpa y el viaje estaba terminando, aunque para mí, en realidad, no resultaba difícil soportar estas condiciones durante los viajes. Más difícil me resultaba aceptar el tratamiento que se hace de las basuras en toda la región. No es extraño viajar en un autobús por el país y ver a tu compañero abrir la ventana para tirar la botella de gaseosa descartable sin que nadie diga nada. Nos da igual hacerlo atravesando una ciudad, un desierto o un parque natural.

En el río pasa lo mismo. Todos los pasajeros usan el río como basurero. Lo más grave de todo, es que los tripulantes y trabajadores del barco hacían lo mismo con toda la basura que se acumula día a día. Al principio, me mantuve callado, más que nada porque no quería parecer arrogante. Como casi todos los niños venían a mi lado, intrigados por las historietas (condoritos) que llevaba conmigo, empecé por ellos y cada vez que uno de ellos habla conmigo, aprovechaba para comentarle que no tire basura al río. La verdad es que funcionaba, porque en varias ocasiones, venia alguno con una botella y me decía que la va a echar a la basura. Pero el verdadero problema venia luego. La bolsa de basura del barco se echa al agua.

Tenía una bolsa de plástico al costado de mi maletín en la que iba dejando todos mis residuos. Sorpresa grande me di cuando descubrí que el que “limpia” el barco, ha recogido toda mi basura y la ha echado al río.

Cuando fui a pedirle explicaciones, me respondió con un -Pero, era basura, ¿verdad?- Al decirle que si, respiró tranquilo, pensando que había tirado algo de valor. Eso lo dijo todo, ni siquiera se pudo imaginar porque estaba enfadado. Cuando le dije que era mi basura y que la estaba guardando porque no quiero echarla al río, me responde con una sonrisa y dijo -Aquí lo hacemos así...

Subí a cubierta aprovechando mi buena relación con Jorge, el dueño del barco, para comentarle lo sucedido. Su respuesta me exasperó un poco más. Se lo comenté de la manera menos hiriente posible, comentándole que me chocaba mucho como tratan la basura en el barco. Llegó a decirme que en realidad hay un barco que recoge las basuras cada cierto tiempo. Que fuerte. Y yo que no me había enterado que existían buzos “recoge basuras” en el rio Ucayali.

Llegamos al puerto principal de Pucallpa a las dos de la tarde de un viernes caluroso y recién (ahí) recordé la existencia de Maricarmen.

-¿Vas a ir a la oficina?- me preguntó Joaquín.

-No… Iré de frente a mi casa a dormir todo lo que no puede en la noche- respondí.

-Entonces, nos vemos mañana- me dijo.

-¡Pero, mañana es sábado!- dije.

-Ah, chucha… tienes razón… entonces, nos vemos el lunes… O si no, te llamo mañana para tomarnos un par de chelitas bien heladas con un par de culos que están bien buenas- dijo Joaquín.

-Listo Joaquincito… esperaré tu llamada… Nos vemos mañana- dije agarrando mi maletín y mi hamaca rumbo a salir de aquella embarcación llamada “Henry”. Tomé un motocar y pagué con tres nuevos soles al conductor para que me lleve a mi domicilio. Dormí toda la puta tarde. No llamé a Maricarmen.

Muy temprano, en el desayuno, con mis padres, comentaba las buenas obras que habíamos realizado en aquel distrito rivereño y de los futuros proyectos que el alcalde tenía en mente. Me aconsejaban que no cometa excesos cuando vaya por aquellos lugares. No los hacía, al menos eso pensaba.

Aun legañoso, agradecí por aquel desayuno y fui directamente al baño a refrescarme con un buen duchazo matinal. Luego, salí del baño envuelto en una toalla que había comprado en Roaboya, ya que la que había llevado desde Pucallpa, se la habían robado. Agarré el celular, aun calato, y marqué el número celular de Maricarmen -¿Aló?... ¿Con la monga mas monga?...

-¡Mierda!… ¡¿Cuando llegaste carajo?!- aunque suene extraño, respondió contenta al escuchar mi voz.

-¡Ayer por la tarde!- respondí.

-¿Y recién ahora te dignas a llamarme?...

-Llegué híper/archi/súper/mega cansado… No podrías entenderme- dije.

-¿Entonces, que hacemos?... Hoy es sábado…

-¿Quieres ir a la disco?- pregunté casi obligado por la circunstancia.

-¡Obvio!- respondió apenas terminé el signo de interrogación de mi pregunta.

-Entonces, vamos…

-Pero, vendrás más temprano, ¿cierto?... Lo digo por lo del proyecto, mira que lo hemos dejado a un lado por varios días…Y de paso me cuentas como te fue en tu viaje por el rio…

-Bueno… entonces estaré por el hotel a eso de las siete de la noche…

-Asu… ¿tan tarde?... ¿No vamos a salir a ningún otro sitio?...

-Mañana monguita… mañana…

-¿A dónde me llevarás mañana?…

-Ya veremos…

-Mira cómo eres… Parece que no me extrañaste nadita cuando estuviste por allá…

-¡Claro que te extrañé, monga fea!- dije mintiéndole en lo más profundo de mi ser.

-Bueno… parece que no tienes ganas de conversar conmigo, feísimo… Entonces, esperaré a que vengas por la noche y hablaremos… Cuídate ¿sí?...

-Ok… Y gracias por comprender…

-¡No lo hago!- dijo y colgó.

Aquel sábado matutino, la pasé en casa viendo algunas películas que había bajado gratuitamente desde una página web en internet y comiendo canchita (pop corn). A veces el sueño mesclado con la vagancia se apoderaba de mí, logrando su objetivo y seduciéndome en sus brazos (por unos momentos). Tenía el celular al costado de mi almohada. Eran las tres de la tarde.

-¿Aló?- contesté la llamada de un número privado, a lo que (yo) no era muy continuo a contestar ese tipo de llamadas ocultas; pero aquel momento, me agarró la cojudez, y contesté.

-¿Aló? ¿Con el señor pillín?…

-Sí… soy yo- respondí reconociendo la voz de un íntimo y gran amigo mío con el que compartí algunas locuras cuando vivía en la ciudad de Lima. Su nombre, Anthony Pérez.

-¡Habla pillín!… ¡qué planes para más tarde!…

-Mmm… saldré con una amiguita… iremos al Perico’s…

-¡Me apunto!…

CONTINUARÁ...

No hay comentarios:

Publicar un comentario